El alma NO está en el cerebro: ¡no está en ninguna parte!

Sin un medio externo con el que interactuar de continuo, el cerebro no tendría sentido, porque la mente extrae de ese medio exterior gran parte de sus contenidos. «Si la herencia biológica es el material sobre el que se esculpe la mente, el ambiente es el escultor que le da su forma». Hay que considerar, pues, tanto los factores biológicos como los ambientales, además de la continua interacción entre ambos.

La luz diurna, el olor que percibimos, no existen realmente fuera de nuestra mente, pues es esta última la que les da existencia: «son el modo en que el cerebro hace que percibamos las diferentes formas de energía que circundan nuestro entorno».

Esa máquina que llamamos cerebro, mediante la actividad electroquímica de sus neuronas, crea la mente «que nos hace percibir lo que ocurre fuera y dentro de nuestro cuerpo» (sea esa la realidad o no). Y ese modo» especial y fascinante» de percibir «no es otra cosa que la percepción consciente y sus contenidos, un fenómeno que, además de dar sentido a nuestra vida, aporta flexibilidad al comportamiento y nos convierte en seres verdaderamente inteligentes».

Resulta absurdo aseverar que la mente (el alma) está en ningún lugar -el propio cerebro o fuera de él-, ya que la mente «no es un producto separable y, por tanto, localizable en alguna parte». Y es así, porque la mente no es sino una función, y estás no se ubican en ningún lugar. «Lo correcto no es decir que la mente está en el cerebro, o fuera de él, sino decir que la mente es una función del cerebro en interacción con su entorno».

(De la magnífica obra de Ignacio Morgado titulada «Cómo percibimos el mundo»)

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